17.2.13

Paseo por las ruinas: despedida y cierre.

Debe ser porque hoy me encuentro especialmente nostálgico: me acabo de leer el blog entero. Nunca el enlace de "entradas antiguas" tuvo tanto sentido. He repasado uno a uno los posts, algunos con orgullo, muchos con vergüencilla, todos con cariño.

Y es que a lo tonto a lo tonto, la primera entrada tiene ya ocho años.

Fueron días grandes aquellos, y de todo lo acontecido durante los años dorados de los blogs, queda constancia aquí.

El cementerio de enlaces que veis a la derecha de este texto da cuenta de la situación actual.

Sí, llegaron las redes sociales y todos nos volvimos breves y perezosos.

No, no voy a continuar con este blog. Siento que le debo un respeto a la persona que lo escribía, que ya apenas soy yo (no hay nada negativo en absoluto en estas palabras: todo en este mundo cambia). Me gustaría comenzar otro, pero no se muy bien cuando pasará eso.

Este es el fin de La Rebelión de las Cabras. Disfruté mucho compartiendo con vosotros mis movidas, y, si alguien lo pasó bien leyendo, entonces es que esto fue realmente bonito.

Así que al que aún quede por ahí:

Adios.



27.7.10

Entropía

Pongo la canción y me quedo mirando fijamente al cassete. Empiezan los primeros compases y con la mirada te pido paciencia.

Acaba el estribillo y, en ese momento, te sientes obligada a decir algo, no importa muy bien el qué, y da igual, será algo trivial y yo me sentiré incomprendido.

Seré incapaz de comprender que para ti sólo son dos minutos de una canción desconocida, y que una canción no puede meterse dentro de tu esencia y tirar de los resortes que despiertan un recuerdo infantil, una vivencia ya amarillenta del tiempo, una sensación de tarde de verano perfecta, que posiblemente nunca existió tal y como la estoy evocando, porque a cada evocación se va reescribiendo, redondeando, puliendo.

Esa sensación maravillosa se quedará encerrada dentro de mi y me retorceré de necesidad de compartirla contigo, de romperme en pedazos, escupir fotos o proyectar una pelicula por el ombligo.

Más tarde me resignaré y aceptaré la realidad, y haré un hueco en mi desván para una caja llena de serpientes, que quedará reservada para mi.

De esa manera despejaré el espacio para los recuerdos comunes, esos que se guardarán por duplicado, esperando el tiempo necesario para tramarse dentro de nosotros para que, el dia menos pensado, una estúpida canción les haga entrar en resonancia.

13.7.10

La hora de la verdad

Hace casi cuatro años escribía esta entrada:De como estar a punto de quedarse sin vehículos, y en ella contaba los sucesos de la noche del 4 de Septiembre de 2006 en el garaje donde tenía alquilada una plaza.

Creo que ha pasado tiempo suficiente como para poder contar la verdad sobre este acontecimiento sin que nadie deje de cobrar del seguro. Por si acaso aclararé: todo lo escrito en este blog debe ser considerado ficción.

***

AQUELLA MAÑANA, como todas, salí de casa en dirección al garaje para coger la moto e ir al trabajo. No fue hasta estar bien cerca de la entrada cuando me percaté de la pequeña multitud que allí se congregaba, y, casi bajando la rampa, olí el plástico quemado y vi el hollín que lo impregnaba todo. No ando muy bien de reflejos por las mañanas.

El hombre de la moto CSR -solíamos coincidir y hablar de motos- me paró y yo fui despertando mientras me contaba que se había incendiado el garaje esa noche y que su moto se había quemado. Esa fue, finalmente, la bofetada que me hizo reaccionar y bajar corriendo la rampa en busca de mi pequeño y preciado parque móvil.

El humo se había disipado casi por completo pero quedaba un intenso olor a plástico quemado y a otras sustancias igualmente tóxicas. Me tapé la nariz con el cuello de la camiseta mientras bajaba en la más completa oscuridad, ya que ni las luces funcionaban ni las paredes ennegrecidas eran capaces de reflejar la luz del exterior.

Conforme se fue acostumbrando mi vista, vi como la carcasa de plástico que cubría uno de los neones del techo se había derretido, formando una enorme comba que casi llegaba al suelo. Los coches más cercanos a la entrada estaban llenos de polvo blanco (de los extintores o lo que sea con lo que los bomberos habían apagado el fuego) y hollín, pero sanos y salvos.

Casi de sopetón me encontré con mi moto, ya que estaba desplazada de mi plaza de garaje y ocupaba casi medio paso de vehículos. Estaba negra, llena de hollín, pero sana y salva. En ese momento -no se muy bien por qué- di por hecho que habían sido los bomberos los que la habían movido.

La primera impresión que me dio mi coche fue bastante alarmante. Sobre el capó habían caído varios trozos de escayola del techo, y una pegajosa capa negra cubría totalmente los cristales y la chapa.

Limpié el hollín del parabrisas con la mano e inspeccioné el interior: todo estaba aparentemente bien. Miré a la izquierda y vi el Atos azul del aparcamiento contiguo: el fuego le había entrado por el costado izquierdo pero no habían llegado a reventar los cristales del otro lado. Gracias a eso se había salvado mi coche.

La CSR de mi amigo tenía toda la parte delantera calcinada. Quedaba la llanta sin goma, el reflector del faro con restos de cable derretido y el manillar convertido en un trozo de hierro. Medio depósito se había quedado despojado de su pintura negra.

Detrás suya estaba el esqueleto de lo que parecía un scooter, totalmente irreconocible. Y junto a él, otros dos coches abrasados.

Salí finalmente a la calle a respirar aire puro. Subiendo la rampa me tropecé con una placa de matrícula cuadrada. Una vez afuera supe, por el relato de un hombre con pantalones azules llenos de pintura, que los bomberos habían rescatado esa placa para poder identificar su moto. Él era el dueño del amasijo de hierros que hasta anoche había sido una Yamaha Cignus 125 y, desesperado, nos preguntaba que quién le iba a pagarle ahora su único medio de transporte. El resto de vecinos hablaban del seguro y me indicaron que no tocara nada por que la Policía Judicial estaba al llegar.

***

LA POLICÍA JUDICIAL se tomó su buena hora en aparecer, en un austero y vetusto Fiat Punto blanco. Se bajó el conductor con una enorme linterna en la mano. Tenía el característico aspecto de agente veterano -inconfundible aun vistiendo de paisano- que ronda los cincuenta y cinco, con pelo blanco y gran suficiencia.

En el asiento del copiloto iba un joven agente que, en contraste con el experimentado sabueso de su lado, era la viva imagen de la inexperiencia.

Llevaba un portapapeles en la mano y empezó a tomar nota de los datos que ya recaba el otro agente -el experto.

Allí se encontraba el vecino de arriba que, alertado por el humo, había llamado a los bomberos a las cuatro de la mañana. Se daba la incómoda circunstancia de que había sido yo el último en pasar por allí, a las dos de la mañana. Me estrujé una y mil veces los sesos recordando uno por uno mis gestos y no tenía duda alguna de haber cerrado bien la puerta al salir. Así se lo aseguré a los agentes.

Había llegado el momento de bajar a inspeccionar el escenario de los hechos. Advertido por los vecinos de la ausencia de luz, el veterano agente le pidió a su compañero que bajara el Fiat con las luces encendidas.

Los vecinos nos miramos preguntándonos si nos estaba permitido bajar con los agentes, cosa que -saltaba a la vista- estábamos todos deseando.

El Fiat Punto bajó muy despacio al rampa. Las luces largas se fueron dibujando en el aire, tamizadas por la neblina del polvo y el humo.

Escoltando al coche, el agente veterano esgrimía la linterna creando un tercer halo de luz móvil sobre el aire, y, detrás, íbamos la comitiva de vecinos y curiosos. La escena no tenía precio.

Finalmente el coche se detuvo junto a mi Clío, apuntando con las luces las motos y los coches víctimas de la tragedia. Se bajó el agente joven a reunirse con su compañero junto a los restos del scooter.

- ¿Ves? -dijo el veterano apuntando con su linterna a un gran desconchón del techo- Aquí es donde ha estado el fuego más tiempo activo. El calor ha tenido tiempo de quemar la escayola el techo.

Todos asentimos satisfechos con la lógica de aquella explicación, como turistas curiosos que se acercan furtivamente a escuchar las explicaciones del guía de otro grupo.

-El fuego empezó entonces en esta moto, y se fue propagando a los vehículos cercanos.

El dueño del scooter, sintiéndose aludido, dio un paso adelante. El agente le hizo algunas preguntas. Descartado cualquier descuido del castigado propietario -como dejarse la moto en marcha, las luces encendidas, y otras teorías igual de poco probables- la hipótesis sobre el inicio del fuego quedaba en el aire.

Un nuevo dato salió a la luz, de la mano del vecino que avisó a los bomberos: la puerta estaba cerrada con llave cuando llegaron, así que o bien la moto ardió sola o el que fuera que provocó el incendio tenía llaves para entrar, y cerró la puerta antes de huir.

El dueño de la CSR alguna vez me había comentado que había notado que le robaban gasolina por las noches, y que seguro que eran los chavales que aparcaban los ciclomotores al final de la rampa, en unos locales aparte que hay antes de la puerta automática que da acceso al garaje.

Pero ni él quiso insistir mucho en esta teoría, ni quisieron los agentes meterse en más especulaciones, y, tras algunas fotos, la policía judicial consideró que ya tenía suficiente para elaborar su informe. Al fin y al cabo, como deduje después, aquella inspección debía ser un mero trámite para todo el papeleo de los seguros.

Desaparecieron los agentes y apareció el dueño del garaje para calmarnos a todos, asegurando que el seguro del garaje se haría cargo sin duda de todos los daños.

Nos dijo a los dueños de los vehículos menos afectados que podíamos llevarnos los coches a lavar, que el seguro se haría cargo de los costes.

***

FINALIZADO EL CIRCO, bajé dispuesto a llevarme la moto para darle un buen fregado. Le di con un trapo al sillín y me subí para arrancarla. Hice varios intentos pero el motor de arranque giraba sin que comenzaran las explosiones. Eché mano al grifo del carburador y vi que estaba puesto en posición de "off". Por la misma lógica absurda de antes, pensé que habían sido los bomberos.

Giré el grifo y arranqué. Saqué la moto dando tirones y a las pocas calles se volvió a parar. Sacudí un poco la moto: el deposito estaba prácticamente vacío.

¡Me habían robado la gasolina!

Por eso estaba mi moto desplazada: como la dejaba aparcada pegada al frontal del coche, el ladrón (o los ladrones), tuvieron que moverla para poder acceder al tubo por el que baja la gasolina al carburador. Una vez sacado el tubo, sólo tenían que poner un recipiente debajo y dejar que cayera el combustible. Habían tenido el detalle de cerrar el grifo del carburador al terminar.

Seguramente repitieron la misma operación con la CSR y, al intentarlo con el scooter, no lo tuvieron tan fácil. Me imagino que, debido al nerviosismo, o bien cometieron el error de iluminarse con un mechero, o alguien se encendió un cigarro, ignorando los vapores inflamables que salían de la garrafa.

Me di cuenta de que al ser mi moto la única que no había ardido, yo era el único con una prueba del robo de gasolina, o lo que es lo mismo, el único que sabía la verdad sobre el incendio.

Muy nervioso y sin saber lo que hacer, se me ocurrió llamar al dueño del garaje para ponerle al corriente de mis descubrimientos. Muy excitado, le relaté todos los detalles, y me dejó terminar la historia sin dar aparentes muestras de entusiasmo. En su lugar pude percibir algunos mohínes (telefónicos) de preocupación. Tartamudeó un poco sin saber como empezar su réplica.

- En realidad... bueno... sería conveniente... no sería bueno que... la policía supiera... el seguro ya ha dicho que va a pagar ¿sabes?... tampoco hace falta que...

Recordé al hombre de los pantalones azules manchados de pintura, al vecino de la CSR y al resto de propietarios. Ni a ellos, ni al dueño, ni a los agentes de la policía judicial, les interesaba lo mas mínimo saber la verdad. Los afectados tendrían su dinero, el dueño podría pintar y arreglar los desperfectos, y los agentes tenían su informe.

Decidí entonces guardar la verdad para mi y no entorpecer la marcha de una máquina burocrática que sólo sabe caminar en linea recta.

Quizá dentro de cuatro años, pensé, pudiera contar la historia.

8.4.10

Mártires contemporáneos

Antes se moría la gente, entre otras cosas, luchando por sus ideas.
Ahora nos morimos de gordos.

24.2.10

La insoportable duplicidad del ser


Aquel hombre sentado en la última fila del bus era, sin duda, yo mismo.


Sucedió que me encontraba yo sentado en una parada de bus vacía viendo pasar los coches y sus usuarios, entretenido en el descarado intercambio de miradas con personas que no se detendrían a reprochármelo.
Pasó el bus, uno que no era el que yo esperaba, y que no paraba alli, y, viendo pasar las caras en ordenada sucesión de filas de asientos, me vi.

Sentado justo al final, y entretenido en el descarado intercambio de miradas con personas que se encontraban fuera del bus, y que no se subirían, estaba mi otro yo. Me vio sentado en la parada solitaria y me miró fijamente, porque supo que aquel hombre sentado en la parada de bus era, sin duda, él mismo.

Corrimos a nuestro encuentro. Yo corrí detrás del bus esperando a que alcanzara su próxima parada. Él saltó de su asiento -yo estaba seguro de que así fue- y accionó el pulsador de "parada solicitada". Miró atrás nervioso y pudo verme corriendo tras el bus, cosa que él ya sabía a ciencia cierta que yo haría.

Los metros y los segundos se hicieron insolentemente largos hasta que, finalmente, el bus paró. Mi yo exterior llegó justo en el momento en el que el bus partía de nuevo, dejando un montoncito de personas esparcido en la parada, que no tardaron en dispersarse.

Di las últimas zancadas, resoplando, al tiempo que la parada quedaba vacía.
No se había bajado, y, apostado junto a la puerta, me miró mientras se alejaba.

Había cambiado de opinión en el último momento.

Quizá no debíamos alterar el orden del universo, o, tal vez, no podría soportar una verdad que cambiara radicalmente su concepción del mundo.

Yo, que me conozco, creo que al final le dió un poco de corte.


5.2.10

Alfonsina


Bien pudiera ser que todo lo que en verso he sentido

no fuera más que aquello que nunca pudo ser,
no fuera más que algo vedado y reprimido
de familia en familia, de mujer en mujer.

Dicen que en los solares de mi gente, medido
estaba todo aquello que se debía hacer...
Dicen que silenciosas las mujeres han sido
de mi casa materna... Ah, bien pudiera ser...

A veces en mi madre apuntaron antojos
de liberarse, pero, se le subió a los ojos
una honda amargura, y en la sombra lloró.

Y todo esto mordiente, vencido, mutilado,
todo esto que se hallaba en su alma encerrado,

pienso que sin quererlo lo he libertado yo.
Alfonsina Storni, Bien pudiera ser
Conocía la canción y la historia de Alfonsina y el Mar, pero de nuevo Mercedes me la ha recordado con la intensidad que ella sabe transmitir y he visto conveniente compartirla.



27.1.10

Sin cantera



Si no sé ni en lo que creo
si no sé ni en lo que lucho
si no conozco mi camino
¿Qué cosa fuera,

corazón,
qué cosa fuera?


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